2 de octubre: imágenes de un fotógrafo del gobierno

Sanjuana Martínez

Madrid.- Fueron tomadas por la noche. El flash ilumina el primer plano, deja sombras detrás de las figuras que destacan, mantiene el fondo en la penumbra. Son fotografías que fijan en un instante el caos de una fecha histórica para México: ¡2 de octubre no se olvida!.

En una aparecen dos agitados grupos de personas. El primero está integrado por individuos de elevada estatura, corpulentos, iguales, con un mismo corte de pelo de estilo militar, con la misma incomodidad dentro de la ropa de civil. Mismos zapatos negros, mismos guantes blancos en la mano izquierda; algunos, con una pistola en la derecha.

La secuencia se desarrolla en un amplio pasillo del edificio Chihuahua, a un lado de los elevadores. Al fondo, los detenidos se agolpan desordenadamente. Son acorralados sin contemplaciones contra la pared. En medio de los hombres armados se encuentran algunos fotógrafos, aparentemente ajenos a la tensión del momento.

En otras fotos se observa a los detenidos en el suelo, mientras son encañonados. Los azulejos de las paredes devuelven el resplandor de los flashes que iluminan los ojos de estupor y miedo de los que están tirados. Entre ellos hay una mujer, en el suelo, como los demás.
Los detenidos son conducidos a la planta baja por las escaleras, escoltados muy de cerca, uno a uno. Mojados, asustados, indefensos, algunos muy jóvenes, casi adolescentes.
 
Los hombres del guante blanco, en su mayoría, posan con naturalidad ante el fotógrafo. Algunos miran de reojo a la cámara, no pueden evitar la desconfianza. Hay cosas que no deberían ser fotografiadas.
 
Excepcionalmente, uno de los victimarios no es joven. Se encuentra en la madurez y es obeso. Por debajo de su guante blanco asoma un valioso reloj que subraya un nivel económico superior al de sus subordinados. En su mirada, bajo el sombrero pasado de moda, la expresión impasible e indiferente de quien ya ha conducido anteriormente a muchos otros grupos de detenidos. Ordena con la mirada.
 
También desciende la mujer detenida. Sus custodios le permiten ocultar su rostro al ojo inquisitivo del fotógrafo, mientras es conducida casi en volandas con una prenda de vestir que tapa su cabeza.
 
La imagen inmortaliza al primer policía uniformado y permite ubicar el lugar de la tragedia. Hasta ese momento, la indumentaria y el rostro de los personajes, la arquitectura del lugar y la violencia exhibida por los hombres del guante blanco han reflejado una escena cualquiera de la represión que sacudió a toda América Latina en los años sesenta y setenta. Los hechos, sin embargo, no acontecen en Buenos Aires, Managua, Santiago, Montevideo o Sao Paulo. En el hombro del uniformado se puede leer: MEXICO.
 
El drama se acrecienta cuando por la escalera es bajado un cuerpo desvestido y tapado con plásticos y prendas de vestir en una camilla.

Finalmente, en la planta baja, los soldados se hacen cargo de la custodia de los detenidos. Son obligados a quedarse en calzoncillos. Son colocados así, semidesnudos, brazos en alto contra la pared, mientras los soldados contemplan impasibles la escena, y una mujer vestida de civil colabora activamente con los hombres del guante.
 
Todos contra la pared. Solamente uno se atreve a volver la mirada inquisitivamente. Los demás son obligados a enfrentar el objetivo de la cámara en grupos de tres, ordenada y sistemáticamente, con precisión militar. Sus rostros son ya la más depurada expresión del terror y de la humillación.
 
De entre todos los jóvenes detenidos, uno es particularmente elegido. Es el más golpeado. Su ropa en jirones sirve para sujetarle los brazos a la espalda y apenas esconde el delgado cuerpo adolescente marcado por los golpes, semidesnudo. Su boca ensangrentada carece ya de expresión; en su mirada no queda ninguna esperanza. Sólo dolor.
 
Los soldados se dejan retratar, algunos con siniestra indiferencia, otros con obscena satisfacción, mostrando incluso una sonrisa que deja ver un diente brillante.

El valor de las imágenes

No se necesita ser un experto para comprobar que esas fotografías muestran parte de lo sucedido en la noche del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.
 
Sin embargo, no son unas fotos más, pues comprueban plenamente la existencia del Batallón Olimpia, cuyos integrantes esa noche se identificaban por llevar un guante blanco en la mano izquierda.

El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz siempre sostuvo que fueron estudiantes quienes empezaron el tiroteo, con francotiradores colocados estratégicamente en los edificios. Esa tesis fue mantenida por los posteriores gobiernos surgidos del PRI.
 
Durante los últimos 33 años, esa versión oficial fue rebatida en multitud de ocasiones por muchos de los protagonistas y por estudiosos e investigadores. Se recogieron testimonios que hablaban de lo contrario: fueron agentes infiltrados, vestidos de civil, los que iniciaron el fuego indiscriminado.

Los testimonios de muchos estudiantes se referían a las personas que llevaban un guante blanco en la mano izquierda; también hay testimonios de periodistas extranjeros que denunciaron que fueron los hombres con guante blanco los que empezaron a disparar a los estudiantes y los que en medio de la confusión del tiroteo los secuestraron por unas horas en varios departamentos del edificio Chihuahua, donde les confiscaron los rollos fotográficos y las grabadoras.

Estas fotos ofrecen por primera vez la oportunidad de poder ver las caras de los victimarios y muestran en plena acción a los hombres del guante blanco, los integrantes del Batallón Olimpia. Se abre la posibilidad de que por fin sean identificados.

Las fotos también muestran la perfecta coordinación entre las Fuerzas Armadas y los grupos paramilitares, y ofrecen una prueba documental sobre las torturas y las vejaciones cometidas de manera reiterada por militares y policías vestidos de civil.

Demuestran que en los archivos oficiales existe toda la documentación necesaria para saber quién cometió la matanza de Tlatelolco.

El misterioso remitente

Al domicilio de la corresponsal llegó un paquete entregado anónimamente. Dentro de una bolsa negra de plástico, de las que se utilizan para guardar papel fotográfico, había 35 fotos inéditas sobre lo ocurrido en el edificio Chihuahua la noche del 2 de octubre de 1968.

Después recibió una llamada telefónica: Son unas fotos que creo le van a interesar. Son fotos del 68. Fueron tomadas desde dentro por un fotógrafo del gobierno.

Intentó preguntar algo, obtener mayores precisiones, conocer a su interlocutor, saber si era el autor, el fotógrafo: Luego la llamo, fue su lacónica respuesta.

Hubo una segunda llamada.

—¿Qué le han parecido las fotos?

—Me parece un documento estremecedor. Es un material histórico, de gran importancia. ¿Quién es usted? ¿Qué quiere?

—Queremos que salga a la luz pública. Queremos que se haga justicia. Buscamos una dimensión internacional.

—¿Por qué?

—Porque aquí no se va a hacer justicia. Ya vio lo de Digna Ochoa. Las cloacas del sistema priista están intactas.

—¿No confía en el presidente Vicente Fox?

—No. Fox no hará nada. Ya transó con ellos.

—¿Quiénes son ellos?

—Los culpables: los militares, los paramilitares, los policías y los gobernantes que mataron e hicieron desaparecer a cientos de personas.

—¿Pero por qué me entrega las fotos ahora? ¿Desde cuándo las tiene? ¿Las hizo usted?

—Eso no importa. Ahora es el momento preciso. Es cuando hay que sacarlas... ¿Le interesa o no?

—Por supuesto que me interesa. Dígame, ¿cómo quiere tratar el asunto? ¿Cómo le hacemos?

Se ríe un instante. Luego afirma: Supongo que usted entiende que esto es peligroso.

—Quiero saber quién tomó las fotos.

—Las tomó un fotógrafo del gobierno. Yo no soy el autor.

—¿Quién es el autor?

—Pregúntele a Luis Echeverría.

—¿Por qué a él?

—Él lo sabe. Pregúntele por el fotógrafo y por todo lo demás. Sobre quiénes trabajaron la noche del 2 de octubre. Pregúntele quién estaba al mando, por encima del general Hernández Toledo y el general Marcelino García Barragán aquella noche. Él lo sabe todo.

—¿Quiere decir que Echeverría es uno de los responsables?

—Es obvio.

—Él ha declarado que esa noche no estuvo allí Jesús Castañeda Gutiérrez, responsable del Batallón Olimpia y a quien después nombró jefe del Estado Mayor Presidencial, que tampoco estuvo el mayor Francisco Quirós Hermosillo, encargado del Campo Militar Número 1. Sin embargo, en las fotos aparece gente vestida de civil con el guante blanco en la mano izquierda, con aspecto militar...

—Los del guante son paramilitares de Guardias Presidenciales. Un ejército dentro del Ejército. Son gente del Estado Mayor Presidencial. Fueron ellos los que abrieron el fuego contra los estudiantes.

—¿Usted es consciente de que estas fotos desmienten la versión oficial sobre la matanza de Tlatelolco?

—Sí... Llegó la hora de que lo sepan todos los mexicanos. Que lo sepan también en otras partes del mundo, por ejemplo, España.

—¿Por qué en España?

—Porque allí se han investigado otras dictaduras, como las de Chile y Argentina.

—¿Qué pretende conseguir?

—Que se investigue también la matanza de Tlatelolco. La guerra sucia del gobierno mexicano. La desaparición de más de 500 personas ¡Que se haga justicia! ¡Queremos justicia! Aquí es imposible. En México sigue la impunidad.

—¿Quién tomó las fotos?

—Eso no importa, son fotos de adentro. No son de periodistas.

—Insisto, ¿quién tomó las fotos?

—Un fotógrafo de Echeverría.
 

El Batallón Olimpia
 

En el libro de Julio Scherer García y Carlos Monsiváis Parte de guerra. Tlatelolco 1968, se publican documentos del general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional en 1968, según los cuales el centro de operaciones de las fuerzas de seguridad fue el edificio Chihuahua:

Reunidos en mi despacho, escuché todos los informes y pregunté al capitán Barrios, ¿podremos encontrar en el edificio Chihuahua algunos departamentos vacíos, donde meter una compañía?, Barrios me contestó, déjeme ver; tomó el teléfono y habló con el general Oropeza (jefe del Estado Mayor Presidencial), me pasó el audífono, y le dije a Oropeza que me consiguiera para antes de las dos de la tarde los departamentos que pudiera para meter una Compañía; en media hora tenía conseguidos tres departamentos vacíos a mi disposición, uno en el 3er. Piso y 2 en el 4¼. Piso. Serían las 11 de la mañana del 2 de octubre cuando recibí este informe; se necesitaba para completar mi plan que nada más yo lo sabía, pues el Estado Mayor me indicó que no encontraban la forma de aprehender a los cabecillas sin echar balazos.

García Barragán menciona que la noche del 2 de octubre estaban presentes elementos del Ejército Mexicano dirigidos por el general José Hernández Toledo, del Batallón de Fusileros Paracaidistas, elementos del Estado Mayor Presidencial y miembros del Batallón Olimpia.

En su libro La herencia, Jorge Castañeda le pregunta a Luis Echeverría:

—¿Cuando cae Hernández Toledo —herido el general, la sangre enrojece la plaza—, quién queda al mando de la tropa?

—No recuerdo, pero siempre hay un segundo.

—Se ha dicho que era Jesús Castañeda Gutiérrez.

—No, él estaba en el Batallón Olimpia.

—¿Estuvo en Tlatelolco?

—No sé.

—¿Usted no recuerda si estuvo en Tlatelolco?

—No...

García Barragán cuenta en los documentos publicados por Scherer García:

A los primeros disparos, el Batallón Olimpia se replegó en las entradas del edificio Chihuahua y aprehendió como a 400 individuos, entre los que se encontraron todos los cabecillas del movimiento, descabezándolo con este hecho, que fue el éxito completo de mi plan, aprehender a los cabecillas del movimiento, los que concentramos en la Prisión Militar del Campo No. 1, hoy Álvaro Obregón, para interrogarlos yo e investigadores especiales, para tener información antes de consignarlos al procurador general de Justicia; éste me los pidió para mandarlos a la penitenciaría, pero a mí me interesaba conocer primero que nadie declaraciones de los detenidos, para no tener información deformada o tendenciosa. Hablé con Sócrates y otros cabecillas, y terminada el acta de declaraciones los consignamos, antes había informado detalladamente al Sr. Presidente.

Carlos Monsiváis narra importantes detalles del mitin en la Plaza de las Tres Culturas:

El acto transcurre un tanto somnoliento aunque emotivo. Parte de la prensa, los oradores y la dirigencia del CNH están en el lugar que sustituye al templete, el tercer piso del edificio Chihuahua. Se reclama el diálogo, menospreciado por el gobierno que nada más admite la rendición. Se nota un ir y venir de personas ‘no identificadas’ o identificadas como sospechosos, con un pañuelo o un guante blanco en la mano izquierda. Se concentran en escaleras, pasillos y entradas del Chihuahua. A las seis y diez de la tarde, se disparan desde un helicóptero dos luces verdes de bengala. Casi de inmediato, sin otro aviso que el ruiderío de las botas, sin prevenir o intentar un diálogo, entran miles de soldados...

No hay testimonios de ‘los francotiradores de la población civil’, salvo cinco o seis aventureros que nada significaron con sus pistolillas. Lo otro, lo de la provocación oficial, es avasallador. El fuego es incontenible, con la intervención de ametralladoras y armas de alto poder. Se cierra la Plaza, el Batallón Olimpia detiene a quienes están en el Chihuahua. La gente se tira al suelo, los que pueden huyen, los periodistas se identifican para salvarse; a un fotógrafo, un soldado le traspasa la mano con una bayoneta. Se llama a gritos a los amigos y los familiares, el llanto se generaliza, la histeria y la agonía se confunden.

Mueren niños, mujeres, jóvenes, ancianos. El grito coral que exhibe la provocación se multiplica: ‘¡Batallón Olimpia; no disparen!’ Los policías y los soldados destruyen puertas y muebles de los departamentos mientras detienen a los jóvenes; a los detenidos en el tercer piso se les desnuda, maniata y golpea; a 2 mil personas se les traslada de la Plaza de las Tres Culturas a las cárceles. Queda claro: la provocación no es ajena al plan de aplastamiento, está en su centro.

Varios periodistas extranjeros, entrevistados en 1998 por la corresponsal en París Anne Marie Mergier, para una edición especial de Proceso, narraron cómo vivieron la presencia de esos hombres con guante blanco.

John Rodda, enviado especial de The Guardian, relató: No entendía quiénes eran esos individuos. No se me ocurrió que podían ser policías o militares o agentes secretos....

El periodista británico estaba en el edificio Chihuahua cuando empezó el tiroteo: Estaba tirado en el piso y enfrente de mí, también en el piso, estaba un tipo con la mano izquierda enguantada y una pistola en la mano derecha. Su cabeza tocaba la mía y me daba golpecitos con su arma. Me dio a entender que debía bajar. Era totalmente surrealista.

Añade: Los tipos con guantes blancos entraban y salían. De vez en cuando se llevaban a un mexicano. Había una gritería espantosa en las escaleras. Fue realmente en ese momento cuando entendí que se trataba de policías.

Charles Courrière, fotógrafo de Paris Match, también estaba en el edificio Chihuahua, donde decidió tirarse al suelo para protegerse. No se decidía a levantarse por temor: Y cuando lo hice me quedé estupefacto: Todos los tipos que estaban como yo, tirados en el suelo, tenían un guante blanco en la mano izquierda y una pistola en la derecha. Como hablo español, le dije al que estaba a mi lado: ‘Soy periodista, soy francés’. Me miró y me preguntó: ‘¿No tiene un pañuelo blanco?’ Por supuesto, no tenía. Entonces sacó uno de su bolsillo y me dijo: ‘Póngaselo alrededor de la mano izquierda. Ésa es una señal’ ¿Una señal de qué? —le pregunté—. No me habló más. Me puse el pañuelo y bruscamente comprendí lo que sucedía. Estaba metido entre puros policías. Estaba tirado en una alfombra de policías. Pensé enseguida en las fotos que había estado tomando. Supe que si salía vivo de ese mierdero iba a tener problemas con ellos.

A Courrière se lo llevaron dos hombres con guante blanco a un departamento y en el baño le ordenaron que se desnudara. Le confiscaron todos los rollos.

Fernando Choisel, de la radioemisora Europa Uno, cuenta que en medio del ruido de las ametralladoras algo le llamó la atención: ¿Y qué fue lo que vi en medio de todo esto? Pues a unos tipos vestidos como estudiantes, pero no lo suficientemente jóvenes para ser estudiantes, que se ponen un guante blanco en la mano izquierda y sacan pistolas... Creí que estaba alucinando. Pero me descontrolé aún más cuando los vi disparar hacia abajo, sobre la gente. No entendía si se trataba de un grupo de autodefensa estudiantil que disparaba contra los policías, o policías vestidos de civil que disparaban contra los estudiantes. Cerca de mí se encontraba un periodista mexicano. Le pregunté si esos tipos eran estudiantes. Me dijo que no, que eran policías. Entonces pensé: ‘¡En la madre! La policía tiene al movimiento totalmente infiltrado ¡Va a ser horrible!’.

Al igual que a los otros periodistas, los hombres del guante blanco se lo llevaron a un departamento para liberarlo a las pocas horas.

Guy Lagorce, enviado de L’Equipe: En su rueda de prensa, los estudiantes confirmaron lo que me habían dicho los habitantes de los edificios y mis colegas franceses que habían quedado atrapados en el edificio Chihuahua. Fueron policías vestidos de civil los que dispararon sobre la multitud desde las ventanas, no los estudiantes. Los manifestantes fueron entrampados.

La deuda pendiente
 

La corresponsal buscó al expresidente Luis Echeverría desde el lunes 3 de diciembre. Emma Hernández le dijo que se encontraba de viaje. Al comentarle que le iba a enviar una foto de un paquete que Proceso publicaría esta semana, me contestó: Usted mándela, nosotros se la hacemos llegar.

La foto fue enviada el mismo día a su domicilio particular, ubicado en Santiago 216, San Jerónimo Lídice, delegación Magdalena Contreras. La recibieron a las 18:30 de la tarde.

Emma Hernández había dicho que Echeverría volvería el 6 o el 7 de diciembre, pero luego simplemente señaló: No estará aquí hasta la próxima semana.

Como secretario de Gobernación, Echeverría tuvo necesariamente que estar plenamente informado del plan utilizado para reprimir a los estudiantes: Responsable por omisión o por comisión de los sucesos del 2 de octubre de 1968, dice Julio Scherer García en su libro.

El líder estudiantil Raúl Álvarez Garín, autor de La estela de Tlatelolco. Una reconstrucción histórica del movimiento estudiantil del 68, escribe:

A estas alturas, la colección de señalamientos de carácter político incriminatorio de unos con respecto a otros, y después de tantos años, ya acumula un buen legajo y es bastante significativa: Echeverría responsabiliza a Díaz Ordaz de los sucesos de Tlatelolco; Norberto Aguirre. Palancares, Corona del Rosal, Rodolfo González Guevara y otros, responsabilizan a Echeverría; Alfonso Martínez Domínguez afirma que el 10 de junio lo planeó y ejecutó Echeverría, pero existen decenas de declaraciones que lo incriminan a él directamente.

A las víctimas del 2 de octubre se les debe una reparación y a los responsables un castigo.

La deuda está pendiente.

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